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lunes, 14 de mayo de 2012

Traficantes de ilusiones

No hace mucho tiempo, cuando una persona se encontraba en desempleo, se sentía tranquila. Era cuestión de tiempo encontrar un trabajo. Algunos hasta nos tomábamos este status, como un periodo vacacional, de reflexión o para ampliar conocimientos y formación en temas que nos interesaban. Otros, simplemente no lo buscaban.
Pero hoy, eso ha cambiado. El desempleo se convierte en un cáncer personal, que puede llegar a ser terminal. El desempleo es la peor de las enfermedades, que hoy en día puede tener un español sano.
Al principio solo duele un poco, pero conforme pasa el tiempo, te destroza los nervios, te anula las ganas de seguir avanzando en una formación, a la que te das cuenta que llegas tarde. Te conviertes en un ser irascible, derrotado. Un individuo que deambula por senderos de tristeza, de agobio por los problemas cada vez mayores de pagar los servicios básicos. Un ser, que en demasiadas ocasiones se siente inferior al resto del mundo, que en su subconsciente yace la idea que llegará un momento en que no pueda mantener a lo más preciado. Sus hijos.
Cuando este cáncer se agudiza, estas en el fondo de la piscina. Te tienes que arrastrar pidiendo ayuda, avergonzado a sabiendas que cuando no estabas tan enfermo, nunca ayudaste a nadie. Eras demasiado egoísta.
Pero estas ahí, en el fondo. Entonces piensas, que mucho más abajo no se puede caer. Cuando estás en el fondo de la piscina, solo existe un camino. Hacía arriba.
Aprendes a convivir con la enfermedad. Aprendes a respirar cuando te falta el aire y a digerir cada nueva ilusión frustrada, como que tu teléfono pase otro día sin sonar. Intentas calmar el malhumor y dormitar en los momentos que la ansiedad y el insomnio permanente, te lo permiten.
Entonces, sigues luchando. Día, tras día, continúas buscando el trabajo, que te haga por lo menos inclinar una cabeza que ya está hundida. Haciéndote las ilusiones justas y necesarias, cada vez que te inscribes a cualquier oferta y entregas tu solicitud en cualquier lugar.

Cuando de repente…..una tarde cualquiera te mandan un mensaje al móvil, para que presentes la documentación requerida para realizar un contrato de trabajo.
Aquello que habías dado por perdido, después de más de un año, te devuelve la ilusión más cercana que has podido experimentar en los últimos años. Está ahí. Solo tienes que esperar a la mañana siguiente para que tu vida vuelva a coger el camino de la normalidad. Ese que has perdido, y no sabes cómo ni por qué.
El insomnio que acompañaba ayer a la ansiedad, deja paso a otro insomnio mucho más afable, nervioso, claro está, pero gratificante. Parece que todo se arregla, que la enfermedad, definitivamente tiene cura.

Pero hoy, todo parece un espejismo. Alguna persona desaprensiva, trabajador o trabajadora  sin duda de Correos Jaén, ha tenido el fallo de convocar en Recursos Humanos a todos los enfermos que aún tenemos esperanzas y un día solicitamos un empleo en esta empresa, para hacernos más dura esta agonía. Unos pocos, los admitidos han encontrado la vacuna, pero la gran mayoría, cientos diría, nos hemos llevado la más recia bofetada. Los trabajadores de Recursos Humanos de Correos Jaén, que les ha tocado lidiar con la papeleta, han intentado darnos ánimos, excusándose que estábamos de reserva, sin darse cuenta que eso solo nos hunde más en nuestra mísera desmotivación.

Yo no tengo nada que reclamar. Ya he dicho que comparto mi vida con la desilusión, la ansiedad más disoluta. Yo no reclamo dinero por hacerme ir a Jaén, desde más de 80 Kilómetros, cuando muchos de mis compañeros. Estoy a un paso de la capital, y el viaje por diversas circunstancias me ha salido gratis. Es más, agradezco estas horas de emoción, de llamadas de ilusión a la gente que se preocupa por mí. Agradezco una noche sin ansiedad, donde el aire entraba sin dificultad en mis pulmones y el corazón permanecía tranquilo en su lugar. Agradezco este fallo humano, aunque el precio a pagar haya sido demasiado elevado. Una hostia de categorías aún cuantificadas, que hará mella sin duda en mi maltrecha moral.

Solo pido, exijo, que esto no quede en un simple tirón de orejas al desalmado empleado que ha montado esta pirámide de desconsuelo. Deseo una disculpa, no necesariamente pública, pero sí una reflexión interior muy profunda, que dignifique a esta persona y le haga comprender que con la ilusión de los enfermos no se trafica.


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