No es que me considere un ofuscado, pero como individuo que
se ha formado en la cuerda floja que unía el antiguo sistema educativo, con la
nueva LOGSE, que nos vendieron como la
educación del siglo XXI, tal vez haya dado como resultado un prototipo de persona
maleducada.
Recuerdo aquellos años de instituto, donde teníamos el miedo
metido en el cuerpo, con la idea de que repetir un curso de BUP, significaba
entrar en la ESO, pues éramos la última promoción de aquél desfasado sistema
educativo. Ahora viéndolo con perspectiva, llevaban razón, ese sistema estaba
desfasado y tenía unas carencias muy importantes que lamentablemente, observo
que tampoco ha aliviado, aquella revolución que era la LOGSE.
Ahora que tengo hijos, veo la educación desde otro punto de
vista, quizá más crítico y seguramente mucho más constructivo, pues me interesa
que el colegio forme personas adaptadas a la época en la que vivimos, no
abogados, ingenieros o simples médicos. Y la verdad es que lo que estoy viendo
no me gusta nada. No solo no se avanza, sino que cada vez parece que se
retrocede más. La LOGSE, solo ha servido para inculcar a los niños necesidad de
cumplir 16 años para poder salirse, sin ningún tipo de reconocimiento y lo que
es peor, sin un ápice de conocimientos prácticos más allá de la lectura y las
operaciones algebraicas más básicas.
Los que
andábamos por la cuerda floja de los cambios educativos, fuimos la última
generación de alumnos coscorrón, y el
respeto, tal vez excesivo hacía el docente. Esa generación que recibía de vez
en cuando un coscorrón, como los que propinaba Don Juan, por cierto gran
hombre, ¿Qué habrá sido de él?, y que trataba a sus profesores con respeto, más
allá de los meros formalismos de Don o Doña, eso para mí no es influyente en la
calidad del trato respetuoso que debe existir entre alumno y profesor.
Pero aparte
de estos dos matices, que parece han empeorado el sistema educativo actual, la
verdad es que todo está igual, que cuando estudiábamos la gente de mi
generación.
En la calle
todavía existe la creencia de que para triunfar en la vida, hay que ser
universitario, y nos olvidamos que el fin último de la educación debe ser
formar personas independientes que puedan elegir libremente a que se quieren
dedicar y se preparen para ello.
No
necesariamente todo el mundo debe ir a la universidad, pues así solo
conseguiremos personas frustradas que tras años y años de esfuerzos no
encuentran un trabajo acorde a su formación y que salen del campus sin que
nadie haya conseguido incubarles en su interior la cultura emprendedora. Que el
80% de los empresarios españoles no sean universitarios, es para mí un dato
bastante escalofriante.
A veces
parece que tiene más valor un título universitario colgado de la pared del
cuarto de nuestro hijo, mientras este trabaja en Mac Donalds o simplemente no
trabaja, que un titulillo de formación profesional, con el que ha conseguido
alcanzar el puesto que deseaba y siempre tiene la posibilidad de seguir
avanzando en su formación, si así lo desea.
Quizá sea el
momento de quitarnos la máscara y mirar la vida con humildad, entender que a la
palabra felicidad es fácil llegar por diversos caminos y el más apropiado es
definir claramente cómo queremos vivir. Para ello, es importante fomentar la
formación profesional y las escuelas de oficios.
Observo
atónito como cada vez que cambia el gobierno, se reforman ciertas asignaturas siempre
envueltas en polémicas, que solo hacen crispar los ánimos de la comunidad
educativa y establecer otro motivo de enfrentamiento para los distintos partidos
políticos. Pero no hay una apuesta clara por la educación práctica. La que va a
servir de verdad a los alumnos. No digo que sobren las matemáticas, la historia
o la educación física, sino que es necesario adaptar esas materias a lo que nos
exige el destino.
Y el
destino, nos ha llevado a una crisis económica de la que solo buscamos
culpables, que los hay y en gran medida, sin mirarnos el ombligo. Estamos
inmersos en una crisis ya no solo financiera, sino política y social.
Una crisis
provocada por bancos y políticos mediocres, que han favorecido con sus
actuaciones la quiebra de millones de familias españolas. Una quiebra, dicho
sea de paso, donde esas familias son culpables indirectos, sin quererlo.
Gracias a la ignorancia en asuntos de economía domestica, muchísimas familias
se han endeudado más allá de lo técnicamente responsable. Y digo que no son los
culpables directos, porque en la educación que pretende ser para la sociedad
del siglo XXI, hace falta una asignatura de cultura financiera. Una asignatura
que enseñe a nuestros futuros hipotecados y manejadores de dinero, como
funciona el sistema financiero y que decisiones hay que tomar para mantener una
economía domestica saneada.
En nuestra
educación actual, como en la educación de nuestra generación, aprendemos a
manejar ecuaciones de segundo o tercer grado, las capas de la estratosfera o la
métrica de los versos de Gustavo Adolfo Bécquer, o algo tan común y tan
necesario como utilizar el dinero, saber que se firma cuando pides un crédito o
ampliar las opciones en cuanto al ahorro para la jubilación, tenemos que
aprender a base de ‘’tortazos’’. Llevo escuchando desde 2009, que a los alumnos
españoles les vendría bien la inclusión en sus materias de estudio, de una
asignatura de cultura financiera, pero todo parece un espejismo utópico. Estoy
convencido que con una buena formación en temas básicos de economía domestica,
otra crisis como la que estamos padeciendo sería impensable.
El problema
de todo es político. Siempre lo he pensado. En una democracia tan poco sería
como la nuestra, al político de turno ni se le pasa por la cabeza, tomar
decisiones dolorosas en épocas de bonanza. Así nos va.
Es más
fácil, regalar ordenadores portátiles a todo el mundo, amparándose en la
creencia que así les damos a todos los estudiantes las mismas oportunidades,
aunque nos cueste un riñón y parte del hígado. Pero claro, eso da muchos votos.
En cambio,
ahora en época de recortes duros e inevitables nos jactamos de decir que la
educación es lo más importante. Efectivamente, la educación es lo más
importante para la sociedad del futuro. Ese sociedad que queremos construir.
Pero para dar a todo el mundo las mismas oportunidades, es mucho más barato y
efectivo, habilitar suficientes aulas en los colegios e impartir las clases necesarias
para que el alumnado no simplemente tenga un ordenador, sino que sepa
utilizarlo y sacarle todo el partido posible a esa tecnología que poco a poco
tenemos hasta en la sopa, mientras que ellos solamente dominan el Tuenti y de
forma poco apropiada. No sería más constructivo familiarizarlos con los
procesadores de texto, las hojas de cálculo, base de datos, presentaciones,
recursos web, redes sociales y blogs con una clara vocación de intercambio de
información y formación…etc., etc., etc.….Todo mucho más práctico.
Es verdad,
que se han perdido muchos valores, que aparte de las enseñanzas religiosas que
tanto defienden desde algunos sectores, siempre es posible recuperarlos a
través de otros mecanismos, ya que recuperar una asignatura llamada religión,
en un país laico parece absurdo. Se podría instaurar como optativa, pero
necesariamente habría que incluir junto con la religión cristiana, la
musulmana, pues la demanda estaría muy igualada y eso es algo que desde esos
sectores no verían con tanto agrado.
La idea es
recuperar esos valores a través de planes de estimulo personal, de cultura del
esfuerzo o de ética, donde los alumnos sin necesidad de estudiar, adquieran
sentimientos de generosidad, humildad, respeto y sobre todo independencia. Eso
ya está inventado, no hace falta ser un visionario, para aceptar que las
dinámicas de grupo que tanto se utilizan en las empresas para gestionar grupos
de distinta índole y condición, aparte de ser divertidos, funcionan.
En
definitiva, se trata de hacer más amena la educación. Más orientada a lo
práctico. Una educación que consiga crear personas que como bien he leído hace
poco, se atrevan a ir contracorriente y desafiar las reglas generales de la
sociedad de consumo. Una sociedad demasiado acostumbrada a la felicidad
ficticia y momentánea, y resignada a sentirse cómoda mientras no se le obligue
pensar.
Tal vez,
para ello, lo primero que hay que desechar del imaginario popular, es ese dicho
popular que asegura que la sociedad es más feliz, cuantas menos preguntas se
haga. Un dicho que en cierto modo tiene razón, pero que crea sociedades más
pobres y manipulables.