Todos, independientemente del tiempo que dediquemos a nuestro "envoltorio", nos preocupamos por la imagen que vamos a proyectar al exterior. Se trata de una serie de normas no escritas, que favorecen nuestra convivencia, nos hacen sentir seguros de nosotros mismos o simplemente son el decoro que nos impone la necesidad de vivir en sociedad. Porque nuestra imagen personal, no es solo la envoltura, sino también la forma de expresarnos o de relacionarnos con los demás. Estas reglas tácitas, nos indican, entre otras cosas, que no es lo mismo hablar con nuestra familia y amigos, que hacerlo ante personas con las que mantenemos una relación más distante o profesional. La sinceridad, en este último caso, el decir lo que pensamos sin tapujos, ante personas que no forman parte de nuestro círculo más íntimo, siempre deja paso al respeto debido para mantener la concordia. No se trata de ir haciendo amigos por la vida, simplemente de mantener una imagen respetuosa con los demás, para ser tratados de igual forma. Las afirmaciones más severas, nuestros odios internos o nuestros pensamientos más mezquinos, (que digan lo que digan todos tenemos y como es normal son erróneos y reprochables) se suelen dejar para ambientes más distendidos, donde equivocarse no va más allá de un rato de risas o una discusión sin mayores consecuencias.
Equivocarse. Algo tan humano y normal en ambientes distendidos, por la propia relajación a la que sometemos a nuestra imagen personal, y frecuente también, en otros ambientes, debido a las tensiones de un momento, a una traición del subconsciente o a cualquier otra circunstancia que no podemos controlar. Es la esencia del ser humano. Todos entendemos que alguien, por mucho que cuide la imagen que quiere proyectar hacía los demás, en un momento determinado se relaje, como si estuviera en familia, salte con un improperio, un desplante, una falta de respeto o sencillamente le pierdan las formas. No somos máquinas perfectas. Todo se olvida, las palabras se las lleva el viento y siempre nos quedará un PERDÓN.
Pero todo aquello que es válido para justificar, el fallo en los engranajes de nuestra imagen personal, nunca es válido para nuestra imagen digital.