Traductor - Translate

martes, 19 de abril de 2016

Mi pueblo jamás será el “punching-ball” de la telebasura.

No me cabe la menor duda del poder de la telebasura. Es el cóctel perfecto para la sociedad simple, irreflexiva y en gran medida ignorante que el lado oscuro de Internet ha creado. Se aprovecha de ese hándicap social para hacer caja, utilizando a manipulables ciudadanos que extasiados por las tertulias televisivas y el poder que les otorga la frase “libertad de expresión”, buscan el minuto de gloria que se les debe por tragarse tales bazofias.

Parece, que ahora un programa de la telebasura ha centrado su punto de mira en el pueblo que define mi ser. El lugar donde se sustentan mis raíces y que dota mi espíritu de paz y armonía. Ese programa es El Intermedio y ese pueblo es Llanos del Caudillo. Yo, humilde ciudadano que cuento con la única virtud de la reflexión, levanto mi voz para advertir, que mi pueblo jamás será el “punching-ball” de la telebasura.

Jamás, mientras El Intermedio trate en sus reportajes de forma torticera, demagógica y sin fundamento la Ley de Memoria Histórica. Una Ley, que aún estando de acuerdo con ella, ya desde su aprobación en 2007 fue objeto de tal controversia, que bien merece tratarla con responsabilidad y bastante tacto.

Cuando el Regimiento Numancia de las fuerzas nacionales, tomó el pueblo toledano de Azaña en 1936, Francisco Franco decidió eliminar de un golpe las raíces de ese pueblo, que se denominaba así por la propia evolución fonética de su nombre original en árabe; simplemente porque le recordaba muy mucho a su enemigo y Presidente de la República, Manuel Azaña. Le puso Numancia de la Sagra, perpetrando así el mayor robo que se le puede hacer a la identidad de una población. Y aún así, parece que este acto deleznable escapa de la Ley de Memoria Histórica y/o no interesa tanto a la telebasura, porque lo que vende es Franco. Y si los políticos que redactaron esa Ley querían cobrar, la telebasura también.

Es importante, explicarle al programa El Intermedio, porque parece que por sí solos no se han dado cuenta, que durante los años de la guerra civil, fueron cientos de poblaciones, las que cambiaron su nombre en un bando y en otro, buscando viejas reivindicaciones o inspiradas por ese ambiente bélico, lleno de tensiones, odios y espíritus revanchistas. Fueron cientos, las poblaciones que una vez que terminó la Guerra Civil, terminaron exaltando en sus nombres, al Caudillo y a la dictadura Franquista. Pero hoy, la gran parte de esos pueblos –con algunas excepciones como la de Numancia de la Sagra- han ido paulatinamente adaptándose a su toponimia original, solo basta un rápido vistazo a la Wikipedia para comprobarlo. 

Y es que, una de las cosas más importantes que tiene un municipio, es su origen. Las raíces que definen su idiosincrasia, su cultura, su historia. Y un hecho objetivo, que ni el más rojo de mi pueblo puede negar, ni el Gran Wyoming puede rebatir, es que por aquellos cruentos años de la Guerra y la Posguerra Civil, Llanos del Caudillo, solo era un bosque. 

Nada tiene que ver mi pueblo con esos vaivenes de la historia de España. Llanos del Caudillo, se proyectó al amparo del Plan General para la colonización agraria del sector al que pertenecía, aprobado en 1953, y no fue hasta 1956 cuando empezaron a llegar los primeros colonos; casi dos décadas después del final de la guerra. Es lógico pensar, que cualquier nombre propio de cualquier población del mundo, atiende a su origen; y el nombre de Llanos del Caudillo es una obviedad geográfica y política evidente en el momento de su creación como pueblo. Por lo que esas obviedades, son las únicas raíces a las que los llaneros y las llaneras nos podemos agarrar para comprender nuestra historia. Algo que parece que no ha comprendido el reportero del programa, cuando presenta en su intervención inicial a Llanos del Caudillo, como “Llanos a secas”, permitiéndose el lujo de desposeerme a mí, y a todos mis paisanos del nexo común que nos une. Nuestro origen como pueblo, nos guste o no.

No me imagino cómo reaccionarían, por ejemplo, los habitantes de La Carolina (Jaén), a la poste herederos de otro proceso de colonización llevado a cabo en este caso por el Rey Carlos III, si les obligaran a cambiar el nombre de su pueblo, porque la situación política del momento de su creación, propició que el Monarca impusiera el nombre de su nuera al municipio, en aquel momento de Despotismo Ilustrado. O remontándonos más atrás, no me imagino tampoco, que los habitantes de Zaragoza vieran con buenos ojos, que se les obligara a cambiar el nombre de su ciudad, porque tiene su origen en la colonización de los ejércitos romanos, que llegaron a Hispania a romper la paz ibera, y fundaron esa ciudad con el nombre de su líder, Caesar Augusta. Que más tarde evolucionó a la Saraqusta árabe y a la definitiva Zaragoza cristiana. O cómo reaccionarían los ciudadanos de Barcelona, cuando los políticos independentistas obligaran a cambiar el nombre de la ciudad, porque se percataran de su toponimia tan poco catalana, al ser en sus inicios, un asentamiento de la familia murciana de los Barcina. Poderosa familia de cartagineses, pero en definitiva murcianos.

El reportero del Intermedio, nos arranca las raíces porque él interpreta que la Ley de Memoria Histórica nos obliga a eliminar ese origen, simplemente porque aparece la maldita palabra Caudillo, y todo lo que vaya en contra de esa palabra da votos para unos, audiencia para otros y aplausos fáciles con los que alimentar el ego del narcisista de turno. Sería conveniente analizar lo que dice al respecto la Ley de Memoria Histórica.

En su artículo 15 dice algo así como: “Las administraciones favorecerán las medidas oportunas para la retirada de insignias, escudos, placas u otros objetos, menciones conmemorativas de exaltación personal o colectiva de la sublevación militar, de la dictadura y de la represión franquista” Y yo lo veo estupendo, pero en Llanos del Caudillo a diferencia de otros muchos pueblos y ciudades de España, no hay ni insignias, ni escudos, ni placas de inspiración franquista por las calles. No hay calles que exalten a Franco, ni a ningún franquista. Y su nombre, que en sentido literal, no se puede considerar como alabanza alguna al Dictador, a la sublevación ni mucho menos a la represión Franquista, corresponde al origen mismo del pueblo, en el contexto geográfico y político en el que nació. Algo que nadie puede negar. Eliminar el apellido de mi pueblo, señores y señoras del Intermedio, es eliminar mi historia y la de mis paisanos.

En mi familia materna también hay muertos en las cunetas de Argamasilla de Alba o exiliados forzosos a Francia y mientras escribo me salta la vena colorá. Tal vez lo que es difícil cambiar por imposición, sería más factible hacerlo por evolución.

A mí tampoco me gusta que mi pueblo quede anclado en su origen. Las toponimias de nuestros pueblos y ciudades han tendido a evolucionar fonéticamente a lo largo de los siglos, tras el paso de diferentes culturas o una vez acaecidos hechos importantes. Descartando la primera opción, en Llanos del Caudillo, ha ocurrido un hecho importante. 

Después de la concesión de tierras y viviendas a los colonos, después del periodo de tutela y después del cumplimiento del compromiso adquirido con el Gobierno de turno, los colonos se han ganado esas tierras y esas viviendas. Son propietarios por derecho propio de esos bienes. Hoy, los que un día fueron colonos, son como en el resto de municipios del mundo propietarios de su pueblo o ciudad. Un pueblo que quieren abrir al mundo y que se empeñan con el mismo trabajo y esfuerzo que siempre lo han hecho en mejorar, pero ahora totalmente libres.

Por eso, señores y señoras del Intermedio, estoy convencido que tarde o temprano el nombre de mi pueblo cambiará. Pero no lo hará por presión de ningún programa de la telebasura. Ni por imposición de ninguna ley que busque la dignidad de esa inmensa mayoría de españoles que nos sentimos heridos por aquellos crueles años que tanto daño hicieron a nuestra sociedad y tanto atraso generó en nuestro país. No lo hará, sencillamente porque la gente de mi pueblo se siente ajena a todos aquellos episodios y lo único que desea es mantener sus raíces como pueblo. Cambiará por la propia evolución histórica y ardo en deseos que esa evolución en su nombre, otorgue la propiedad del pueblo a sus legítimos dueños; Los Colonos.

Cuando Llanos del Colono; por ejemplo, se llame así, se cumplirá aquella cita que siempre recuerdo de mi fallecido abuelo paterno. “A mí que no me hablen de política, ni de Franco. Ser colono de este pueblo me dio la oportunidad de dejar de ser el mulero que trabajaba de forma esclava para un terrateniente. Me dio la oportunidad, de trabajar unas tierras y habitar una vivienda que algún día serán mías y de mis hijos”


No hay comentarios:

Entradas populares

Entradas más visitadas esta semana