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viernes, 1 de junio de 2012

La educación vista por un maleducado


No es que me considere un ofuscado, pero como individuo que se ha formado en la cuerda floja que unía el antiguo sistema educativo, con la nueva LOGSE,  que nos vendieron como la educación del siglo XXI, tal vez haya dado como resultado un prototipo de persona maleducada.
Recuerdo aquellos años de instituto, donde teníamos el miedo metido en el cuerpo, con la idea de que repetir un curso de BUP, significaba entrar en la ESO, pues éramos la última promoción de aquél desfasado sistema educativo. Ahora viéndolo con perspectiva, llevaban razón, ese sistema estaba desfasado y tenía unas carencias muy importantes que lamentablemente, observo que tampoco ha aliviado, aquella revolución que era la LOGSE.
Ahora que tengo hijos, veo la educación desde otro punto de vista, quizá más crítico y seguramente mucho más constructivo, pues me interesa que el colegio forme personas adaptadas a la época en la que vivimos, no abogados, ingenieros o simples médicos. Y la verdad es que lo que estoy viendo no me gusta nada. No solo no se avanza, sino que cada vez parece que se retrocede más. La LOGSE, solo ha servido para inculcar a los niños necesidad de cumplir 16 años para poder salirse, sin ningún tipo de reconocimiento y lo que es peor, sin un ápice de conocimientos prácticos más allá de la lectura y las operaciones algebraicas más básicas.
Los que andábamos por la cuerda floja de los cambios educativos, fuimos la última generación  de alumnos coscorrón, y el respeto, tal vez excesivo hacía el docente. Esa generación que recibía de vez en cuando un coscorrón, como los que propinaba Don Juan, por cierto gran hombre, ¿Qué habrá sido de él?, y que trataba a sus profesores con respeto, más allá de los meros formalismos de Don o Doña, eso para mí no es influyente en la calidad del trato respetuoso que debe existir entre alumno y profesor.
Pero aparte de estos dos matices, que parece han empeorado el sistema educativo actual, la verdad es que todo está igual, que cuando estudiábamos la gente de mi generación.

En la calle todavía existe la creencia de que para triunfar en la vida, hay que ser universitario, y nos olvidamos que el fin último de la educación debe ser formar personas independientes que puedan elegir libremente a que se quieren dedicar y se preparen para ello.
No necesariamente todo el mundo debe ir a la universidad, pues así solo conseguiremos personas frustradas que tras años y años de esfuerzos no encuentran un trabajo acorde a su formación y que salen del campus sin que nadie haya conseguido incubarles en su interior la cultura emprendedora. Que el 80% de los empresarios españoles no sean universitarios, es para mí un dato bastante escalofriante.
A veces parece que tiene más valor un título universitario colgado de la pared del cuarto de nuestro hijo, mientras este trabaja en Mac Donalds o simplemente no trabaja, que un titulillo de formación profesional, con el que ha conseguido alcanzar el puesto que deseaba y siempre tiene la posibilidad de seguir avanzando en su formación, si así lo desea.
Quizá sea el momento de quitarnos la máscara y mirar la vida con humildad, entender que a la palabra felicidad es fácil llegar por diversos caminos y el más apropiado es definir claramente cómo queremos vivir. Para ello, es importante fomentar la formación profesional y las escuelas de oficios.

Observo atónito como cada vez que cambia el gobierno, se reforman ciertas asignaturas siempre envueltas en polémicas, que solo hacen crispar los ánimos de la comunidad educativa y establecer otro motivo de enfrentamiento para los distintos partidos políticos. Pero no hay una apuesta clara por la educación práctica. La que va a servir de verdad a los alumnos. No digo que sobren las matemáticas, la historia o la educación física, sino que es necesario adaptar esas materias a lo que nos exige el destino.
Y el destino, nos ha llevado a una crisis económica de la que solo buscamos culpables, que los hay y en gran medida, sin mirarnos el ombligo. Estamos inmersos en una crisis ya no solo financiera, sino política y social.

Una crisis provocada por bancos y políticos mediocres, que han favorecido con sus actuaciones la quiebra de millones de familias españolas. Una quiebra, dicho sea de paso, donde esas familias son culpables indirectos, sin quererlo. Gracias a la ignorancia en asuntos de economía domestica, muchísimas familias se han endeudado más allá de lo técnicamente responsable. Y digo que no son los culpables directos, porque en la educación que pretende ser para la sociedad del siglo XXI, hace falta una asignatura de cultura financiera. Una asignatura que enseñe a nuestros futuros hipotecados y manejadores de dinero, como funciona el sistema financiero y que decisiones hay que tomar para mantener una economía domestica saneada.
En nuestra educación actual, como en la educación de nuestra generación, aprendemos a manejar ecuaciones de segundo o tercer grado, las capas de la estratosfera o la métrica de los versos de Gustavo Adolfo Bécquer, o algo tan común y tan necesario como utilizar el dinero, saber que se firma cuando pides un crédito o ampliar las opciones en cuanto al ahorro para la jubilación, tenemos que aprender a base de ‘’tortazos’’. Llevo escuchando desde 2009, que a los alumnos españoles les vendría bien la inclusión en sus materias de estudio, de una asignatura de cultura financiera, pero todo parece un espejismo utópico. Estoy convencido que con una buena formación en temas básicos de economía domestica, otra crisis como la que estamos padeciendo sería impensable.

El problema de todo es político. Siempre lo he pensado. En una democracia tan poco sería como la nuestra, al político de turno ni se le pasa por la cabeza, tomar decisiones dolorosas en épocas de bonanza. Así nos va.
Es más fácil, regalar ordenadores portátiles a todo el mundo, amparándose en la creencia que así les damos a todos los estudiantes las mismas oportunidades, aunque nos cueste un riñón y parte del hígado. Pero claro, eso da muchos votos.
En cambio, ahora en época de recortes duros e inevitables nos jactamos de decir que la educación es lo más importante. Efectivamente, la educación es lo más importante para la sociedad del futuro. Ese sociedad que queremos construir. Pero para dar a todo el mundo las mismas oportunidades, es mucho más barato y efectivo, habilitar suficientes aulas en los colegios e impartir las clases necesarias para que el alumnado no simplemente tenga un ordenador, sino que sepa utilizarlo y sacarle todo el partido posible a esa tecnología que poco a poco tenemos hasta en la sopa, mientras que ellos solamente dominan el Tuenti y de forma poco apropiada. No sería más constructivo familiarizarlos con los procesadores de texto, las hojas de cálculo, base de datos, presentaciones, recursos web, redes sociales y blogs con una clara vocación de intercambio de información y formación…etc., etc., etc.….Todo mucho más práctico.

Es verdad, que se han perdido muchos valores, que aparte de las enseñanzas religiosas que tanto defienden desde algunos sectores, siempre es posible recuperarlos a través de otros mecanismos, ya que recuperar una asignatura llamada religión, en un país laico parece absurdo. Se podría instaurar como optativa, pero necesariamente habría que incluir junto con la religión cristiana, la musulmana, pues la demanda estaría muy igualada y eso es algo que desde esos sectores no verían con tanto agrado.
La idea es recuperar esos valores a través de planes de estimulo personal, de cultura del esfuerzo o de ética, donde los alumnos sin necesidad de estudiar, adquieran sentimientos de generosidad, humildad, respeto y sobre todo independencia. Eso ya está inventado, no hace falta ser un visionario, para aceptar que las dinámicas de grupo que tanto se utilizan en las empresas para gestionar grupos de distinta índole y condición, aparte de ser divertidos, funcionan.

En definitiva, se trata de hacer más amena la educación. Más orientada a lo práctico. Una educación que consiga crear personas que como bien he leído hace poco, se atrevan a ir contracorriente y desafiar las reglas generales de la sociedad de consumo. Una sociedad demasiado acostumbrada a la felicidad ficticia y momentánea, y resignada a sentirse cómoda mientras no se le obligue pensar.
Tal vez, para ello, lo primero que hay que desechar del imaginario popular, es ese dicho popular que asegura que la sociedad es más feliz, cuantas menos preguntas se haga. Un dicho que en cierto modo tiene razón, pero que crea sociedades más pobres y manipulables.



1 comentario:

rosa teba dijo...

Si te haces menos preguntas,si no te cuestionas nada , no eres más feliz,eres más ignorante ,más borrego y más manipulable.Cierto es que el conocimiento implica a veces desasosiego cuando te haces preguntas,cuando aspiras,cuando lees un libro...pero eso es vivir!!!
Hay una frase definitiva:LA EDUCACION NOS HACE LIBRES.
Emilio , buen trabajo!!

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