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domingo, 31 de marzo de 2013

Pistolas y cruces



Un año más, las cornetas y los tambores, volverán a ser durante unos días nuestra banda sonora. La combustión de los cirios será el mejor instrumento para acompañar a las saetas, que desde la garganta de algún artista anónimo, conmoverán el alma del más escéptico. Las imágenes de dolor y sufrimiento, sintonizarán como por capricho divino o irónico, con las de felicidad, respeto y admiración. Esa policromía de hábitos cofrades y pétalos de flores, serán el preludio de una estación, como la primavera, que viene con su alegría, a sacarnos del oscuro y frío invierno. 

Es la Semana Santa en Andalucía, vivida como solo se vive aquí. Con sentimiento, con devoción o en algunos casos con la fe renovada de quien la perdió. En cada rincón de nuestra región, con sus particularidades propias, hacen de estos de días a nuestros pueblos y ciudades un referente en lo que a tradición, cultura y folclore se refiere.


He de decir, para cerrar la boca del asombrado lector que me conoce, que nunca he seguido la Semana Santa. No me atrae. Ni la defiendo, ni la ataco, solo respeto el sentir de un pueblo. Considero necesaria su protección, como muestra de un patrimonio artístico y cultural. Foco de atracción de curiosos turistas, devotos, aunque solo sea espontáneos, y amantes de la parafernalia. Algo que transciende de lo religioso, para convertirse en una forma más de vida, que como digo, nunca será la que yo mismo elija. En lo cultural, nunca hubo tradición en mi familia a este tipo de cosas. En lo religioso, solo soy un ateo desengañado. Un defensor del pensamiento libre, que un día se dio cuenta, que en momentos de máxima desesperación, el ser humano necesita hablar con algún Dios, todavía no sé si musulmán, cristiano, budista o judío, aunque me parece que da igual, pues la verdadera esencia de las religiones es proporcionar esperanza y entrenar la fe perdida del desesperado. Creo que muchos me tacharían de agnóstico, otros simplemente de chaquetero, por no creer en ningún Dios en concreto, y elevar plegarias a diestro y siniestro cuando así lo requiere un espíritu maltrecho. Y por último entre mis aficiones en materia de turismo, prefiero otro tipo de aventuras, no tan delimitadas y menos masificadas. 

Comprenderán ustedes entonces, que no soy el más indicado para opinar sobre nuestra Semana Santa y sus tradicionales procesiones, con tanto arraigo en esta tierra. Pero aún así, como un respetuoso observador, creo que toda tradición debe mostrar signos de evolución con el tiempo. Lo tradicional, todos estaremos de acuerdo que no debe estar reñido con el futuro. Pero en el caso de las procesiones, todavía observo señales que me asustan. Que me hacen pensar, que este tipo de tradiciones se van quedando ancladas en sus orígenes, sin saber acoplar la tradición al devenir de los tiempos. Caso parecido al de los espectáculos taurinos de nuestro país, que no vienen a cuento ahora, pero que sería interesante que algún  también lo sometiéramos a análisis.

No entraré en el funcionamiento interno de las cofradías, porque como buen profano en la materia, mi supina ignorancia, solo me llevaría a sensacionalismos. Tampoco criticaré el derroche de recursos, que se cuenta por ahí que existe en estos días. Y no entraré porque creo, solo como una percepción personal, que una inversión en fomentar el turismo, la cultura o la tradición en una localidad, es beneficioso para todos. 
Tan solo me centraré en aquellos símbolos,  que para un no iniciado, están fuera de contexto. Señales que impiden la adaptación al momento en el que vivimos, de este tipo de manifestaciones culturales, enturbiando toda progresión que se halla hecho anteriormente, por esos pequeños detalles. Lo tradicional, nunca puede ser inmóvil, ya que el siguiente paso es su agonía y desaparición.
Me refiero sobre todo a la mezcla de pistolas y cruces, a la que somos tan aficionados en este país. Creo y espero, que tengamos claro, que la religión debe actuar al margen de la política en un país laico como el nuestro. Es la mejor muestra de esa evolución, de ese progreso espiritual del que tanto nos gusta sacar pecho, frente a las zonas del mundo que no han aprendido a separar ambos conceptos. Hablo de determinados países musulmanes, como hablo del enfrentamiento constante entre palestinos e israelíes, por un pedazo de tierra que no son capaces de compartir, simplemente por cuestiones religiosas. También hablo de algunas zonas como Cachemira, en la India o el Nepal en China, donde ser una persona religiosa, significa ir cargado de armas.

Los conceptos política-religión-militarismo deben estar tan bien definidos, en un Estado que quiera presumir de evolución que me repele la visión de un Guardia Civil o un policía armado detrás de una procesión. Salvando las distancias, esos gestos solo nos acercan un poquito más a la involución. Y esto solo sería una anécdota, de no ser por los sucesivos momentos en los que se produce, ya no solo con miembros de la seguridad, sino con el propio ejército. Grotesca, desde mi punto de vista, es la imagen de los legionarios en Málaga desembarcando una cruz la mañana del Jueves Santo. Tradición sí, pero rancia…muy rancia. El Cristo de la buena muerte es el mejor ejemplo de que en muchos aspectos, no hemos sido capaces de aislar ejército y religión. Algo que asusta y mucho. Tal vez, el cenit de este fenómeno se viva el 8 de diciembre, con el día de la inmaculada, donde vírgenes y militares se funden, recordando cada año, que aquí hubo un señor llamado Francisco Franco.

Que ningún político sea ni clérigo ni militar, que ningún clérigo sea militar ni piense en hacer política y que ningún militar se salga de su rol, aunque políticos, clérigos y ciudadanos reconozcamos su labor. Porque eso es lo que nos diferencia de aquellos lugares donde todo esto no lo tienen nada claro.

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