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jueves, 6 de noviembre de 2014

Una España más catalana

Como titularía García Márquez, la crónica de una muerte "política" anunciada, tocará a su fin el 9-N.

La pantomima que Artur Mas, se ha sacado de la chistera para inmolarse públicamente no tendrá más recorrido. Atrás quedan los chantajes al Estado al que siempre ha pertenecido, unas elecciones que convocó para legitimar sus amenazas y fue el primer ridículo de una serie interminable. Atrás quedan los golpes que se ha dado contra el muro de la legalidad constitucional aceptada en su día por él mismo, los avisos de las diferentes instituciones europeas y la vergüenza de aceptar la diferencia entre el término subjetivo  “España nos roba” y el objetivo “Pujol nos ha robado” . Por delante quedará todo el daño ocasionado a la sociedad catalana, resquebrajada entre lo blanco y lo negro; sin ningún tipo de matiz y unas elecciones anticipadas que certifiquen el fracaso independentista de un partido que siempre fue nacionalista.

El President de la Generalitat, ha decidido echar el resto, y no conforme con la paralización por el Tribunal Constitucional del proceso inicial, está decidido a realizar el sucedáneo de consulta, sin apoyos políticos, sin base jurídica alguna y parece que también con la anulación de los actos programados para el 9-N por el propio Constitucional, que le obliga a ceder el testigo de la independencia a quien siempre lo debió portar; la sociedad civil catalana, movida por sentimientos legítimos. Nunca un gobernante debería gobernar para solo una parte de su pueblo.

Intentar legislar los sentimientos de algunos, con los recursos de todos, es un error que Artur Mas nunca ha valorado. Los sentimientos nunca se pueden legislar. Siempre legítimos y volátiles, van y vienen, siguiendo patrones sentimentales que la política ni puede, ni debe intentar controlar. Si hay algo, en lo que la política puede influir, es en hacer más sanos esos sentimientos, en vez de fomentar el odio, el rechazo o la animadversión como se ha venido haciendo hasta ahora. En este sentido,  ciertos políticos catalanes se están equivocando en estos momentos. Pero no son los únicos responsables.

Siempre me posicioné en dos aspectos que entiendo muy lógicos; por una parte, que una zona de España, no decida sobre algo que afecta al resto y por otra, que una mayoría del 51% (ni del 60 o 70%) nunca debería tener legitimidad para algo tan serio y de tan complicado retroceso, como es separarse de España y de la Unión Europea, con las consecuencias que eso tendría. Para decisiones de tal calado, y tan propensas a las fluctuaciones sentimentales, serían necesarias mayorías muy amplias. Pero posicionarme de esa forma, nunca significó que no pudiera ver esos matices a los que anteriormente me referí. Tal vez, también sea hora que hagamos autocrítica e intentemos profundizar en los motivos de esos sentimientos nacionalistas de gran parte de la sociedad catalana; que están ahí, a la vista de quien los quiera observar.

Todos sabemos, que los sentimientos se mueven en función del cariño que se recibe. Cuando hablo de cariño, hablo de gestos inmateriales, que provocan sensación de bienestar a quien los recibe. Y es posible, que herencia de los vicios del Franquismo, este país y sus gentes no hayan sabido hacer una España más catalana.

El espíritu ultranacionalista del régimen, españolizó todo lo castellano, relegando a algunas realidades históricas a permanecer en el ostracismo. Mientras que algunas de esas realidades históricas, que han marcado la historia de España, y han convertido a este país en un lugar plural y rico en culturas, se adaptaron bien a esa españolización de todo lo castellano, véase el caso andaluz y sobre todo canario, otras realidades históricas más complejas culturalmente, con idiomas propios y fuertes raíces independientes, fueron excluidas y silenciadas por ley. El idioma castellano pasó a ser el idioma español en el vocabulario popular, como si el catalán, el vaso o gallego no fueran nacionales. Aún hoy, no hemos sido capaces de desprendernos de ese vicio, que puede provocar cierta sensación de rechazo, por ejemplo en Cataluña. Pero no solo en el ámbito lingüístico hemos marginado a esta región española. En la calle lo vemos a diario. Lo español es español independientemente del lugar de donde venga, y lo catalán es catalán; y esa percepción que tenemos de la realidad española, perfectamente puede hacer sentir a gran parte de la sociedad catalana, cierto rechazo. La propia ciudad de Madrid se ha convertido en adalid de españolidad, omitiendo en gran parte su carácter castellano y mientras todos los bailes regionales son españoles, la sardana sigue siendo ese baile catalán que lo inventó un jiennense; si por jiennense puede considerarse a un nacido en Alcalá la Real, de padres catalanes y que solo vivió unos meses en tierras andaluzas. Tristes argumentos, para quien desea unificar a una nación plural como la española. El ataque frontal al vecino y el conocido como “y tú más” se han demostrado ineficaces. 
Pienso que un Estado unido y plural, no es tan difícil de imaginar sin necesidad de recurrir a argumentos tan rebuscados, que solo buscan seguir incidiendo en esos vicios franquistas.
El 9-N se consumará el ridículo y el ruin gobierno de ciertos políticos catalanes que han dividido a la sociedad de forma mezquina, pero los sentimientos seguirán estando presentes entre quien no siente a España como algo propio. Y es ahí donde entramos cada uno de nosotros, para dar un mensaje de unidad, aceptación y comprensión a un pueblo que tanto ha aportado a este país histórica y culturalmente.

Seguro, que independientemente de los sentimientos personales, el sentir colectivo será más tolerante hacía la necesidad y la conveniencia de que juntos somos mejores. Todo es cuestión del cariño recibido, no de los beneficios económicos, como ha pretendido el futuro cadáver político, Artur Mas.



Foto; http://www.navarraconfidencial.com/2013/09/11/mentiras-y-verdades-sobre-el-nacionalismo-y-la-diada/

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