Aprovechando la jornada de
reflexión de las elecciones catalanas, siento la obligación de volver a
reflexionar sobre algo tan manido, y que personalmente a estas alturas me
produce tanto hastío, como es la política catalana. Mejor dicho la antipolítica
catalana, porque el único cambio social que ha propiciado el Gobierno Mas, ha
sido la fractura de la sociedad catalana en dos bandos. El único gobierno de la
economía catalana, ha sido invertir ingentes cantidades de dinero e influencias
en propaganda independentista, mientras se estancaba la resolución de los
verdaderos problemas que afectan al pueblo catalán. Después de un lustro en el
poder, Artur Mas ha demostrado su total incompetencia reiteradas veces, y
mañana pagará sus deudas con la sociedad catalana.
No aceptando su derrota, convocó
unas elecciones en las que fracaso claramente. Había contaminado su programa electoral con
independentismo radical, haciendo gala de nuevo de su complejo de inferioridad
al compararse con los independentistas de toda la vida. Evidentemente perdió,
porque en política no valen las falsificaciones. No obstante, tozudo él se
aferró al poder apoyándose en ERC, en una coalición ideológicamente
antinatural, cuyo único punto compartido era conducir a Cataluña hacía la
ilegalidad del Referéndum, bajo el eufemismo del “Derecho a decidir”.
Consumado el delito el 9-N;
saltándose a la torera la Constitución al negar mi voto y el del resto de
ciudadanos españoles y la sentencia del Tribunal Constitucional; con urnas de cartón, sin ninguna garantía
fiable y con una participación del 37%, Artur Mas dio un paso más en su
suicidio político haciendo el ridículo.
Como último acto, de este
vergonzante representante público, vuelven a convocar unas elecciones, las
cuales quieren dotar de carácter plebiscitario y en donde el único punto de su
programa electoral es la declaración unilateral de independencia de Cataluña.
Para ello, ha prescindido de su partido, de su aliado tradicional y de toda la
sociedad catalana, pues ha dejado claro que lo único que le interesa es poner
muros a su Masía. Tal vez muchos votantes en Cataluña acompañen al President en su delirio, tal vez
previamente adoctrinados en su teoría que todos los males de Cataluña son culpa
de la pérfida España, pero tal vez también, mañana las elecciones catalanas
pongan a este señor en su sitio y se demuestre el daño que ha ocasionado, no
solo entre sus detractores, sino entre sus partidarios; pues se pondrá de
manifiesto que han comprado el humo que les vendieron unos simples bufones de
la democracia.
Y todo esto en cinco años, donde la política en Cataluña
ha sido nula.
Posiblemente sea, el menos
patriota de los unionistas, pero creo en la unidad de una España plural, donde
las regiones y comunidades tengan los medios necesarios para garantizar la
defensa, promoción y sostenimiento de las culturas locales en todos sus
acepciones, bajo la tutela de un Estado que garantice la igualdad, solidaridad
y respeto en todo el territorio nacional, con competencias exclusivas en
aquellos ámbitos vitales para conseguir esos objetivos. Y en este juego
separatista, no tolero ni una trampa.
Artur Mas, recibirá mañana su
merecido, porque lleva cinco años haciendo trampas. Porque aún cuando ganara,
es inconcebible pensar que una mayoría simple, decida sobre el resto, algo tan
trascendente como es la autoexclusión de un Estado miembro de la Unión Europea
y por ende de la misma Unión. Yo diría que ya ha empezado a perder estas
elecciones, con el aumento de más del 75% del voto por correo respecto a las
pasadas elecciones.
Pero mañana saldremos de dudas.
Solo espero que Artur Mas reciba su merecida derrota final y pague con su
muerte política el clima de tensión que ha generado durante estos años, la
frustración que va a generar a sus partidarios y el estancamiento que ha
provocado en toda Cataluña debido a su antipolítica.
Las sensibilidades personales van
y vienen, suben y bajan. Son síntomas incontrolables, por los que la política
siempre debe estar por encima. No se puede legislar sobre los sentimientos, ni
los sentimientos personales deben afectar a la forma de hacer política, pues la
política siempre debe buscar el interés común.
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