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lunes, 1 de abril de 2013

La era de las extravagancias


Mi nombre es Balder. Hijo de Pepe y Juana. Como habrán deducido mis apellidos bien podrían ser López y Martínez, pero eso no importa, porque mi nombre es Balder. Pertenezco a esa generación de privilegiados, que desde el momento de su nacimiento, ya empiezan a destacar. Mis amigos, apellidos aparte, se llaman Milan, Dayron, Homer y Vallecas y también han nacido para ser únicos en todo el perímetro que abarca nuestra cuadrilla.  Nuestros padres, quisieron que desde el principio fuésemos genuinos, y buscaron esa originalidad desde la comodidad de elegir un nombre, a cual más estrambótico. Pertenecemos a una nueva especie. Por ahí nos llaman la generación ni-ni. Somos pocos, pero hacemos mucho ruido.



Balder, alguien me dijo alguna vez, que era un Dios nórdico. La verdad es que así me siento yo. Un Dios que vive en la originalidad gratuita, en la comodidad aprendida al mínimo exponente de esfuerzo, ensimismado, alienado y feliz con las ideas que recibo de la caja tonta.

En la época en la que afortunadamente, me ha tocado vivir, nos reímos mucho de los pardillos que no hace mucho, salían a tomar una copa, dos o tres como mucho, y tenían que hablar con las chicas o con los chicos para ligar. Tanto esfuerzo retórico, para intentar buscar el silencio, que separaba el éxito del fracaso. Una señal, un beso……vaya cursilada.
Ahora todo es más cómodo, claro está. Basta con beberse una botella de whisky barato en cualquier calle de la ciudad, e impresionar a la persona que pretendemos con nuestra ropa, comprada lo más lejos posible para evitar que nos copien, cabe recordar que desde que nacimos, aprendimos a ser exclusivos de la forma más sencilla, eso de personalizar el estilo ya no se lleva,  y enseñar el interior de nuestro coche, eso sí lo personalizamos a golpe de talonario porque merece la pena. Es un punto a favor en el arte del coqueteo que si queremos perfeccionar, basta con volver a la caja tonta y ver un nuevo episodio de Mujeres y Hombres y Viceversa.

Como solemos decir, nuestro dinero es nuestro, y todo lo que ganamos en trabajos esporádicos o cualquier tipo de enredo, lo poco o lo mucho, lo gastamos en lo que queremos. No somos como esos pardillos, de hace diez años, que de su sueldo debían apartar un porcentaje para cubrir los gastos cotidianos del hogar familiar. Nuestros padres, que desde pequeños buscaron nuestro bien, nos han enseñado que todo nuestro dinero es para cubrir nuestros gustos, aficiones y  caprichos. ¡Vaya personajes! Trabajar los fines de semana, para costear sus aficiones mientras estudiaban y una vez que empezaban a trabajar desprenderse de un 20 o un 30 por ciento para pagarles la luz y el agua a sus padres. ¡Vaya padres! Qué suerte he tenido en llamarme Balder.

Dicen las malas lenguas que no tenemos ideas. Como si no fuese una idea genial presentarse a Gran Hermano e intentar mostrarnos como somos, para que luego nos llamen a programas como Sálvame y recorrernos el país de bolo en bolo. Dinero fácil querido lector. Fama, aunque sea frágil, que luego Dios dirá y Dios, recuerdo, soy yo.
Si algo he aprendido con rigor de la caja tonta, es que quien más grita suele tener razón. El respeto a la palabra, a la opinión de los demás y el beneficio de la duda, son antediluvianos, ahora lo que está de moda es la verdad absoluta, más allá de argumentaciones y muy por encima de la entonación adecuada.

Que pardillos, los que buscan trabajo sin perder la ilusión. Los que estudian, si nadie les obliga. Los que crean, los que inventan, los que se esfuerzan en mejorar, en dar pequeños pasos. Nosotros, los de la generación ni-ni, que somos pocos pero sabemos mucho, tenemos la excusa perfecta para no hacer nada. La crisis. Todo se soluciona con esa palabra, y a seguir riéndonos de esos cretinos, que siguen pensando que nuestra cómoda, pero a veces desesperada situación, como cuando por ejemplo no podemos comprar el nuevo iphone por falta de efectivo, es culpa de nuestra inactividad. ¿Qué vamos  a hacer con la que está cayendo? Anda que no lo dicen veces los telediarios.

Soy Balder. Hijo de Pepe y Juana. Sobre todo, amigo de Milan, Dayron, Homer y Vallecas. Tenemos como ídolos a las personas más extravagantes que aparecen por la caja tonta. No nos interesa la gente que ha conseguido grandes cosas desde la humildad, desde el esfuerzo y la perseverancia. Y como persona perspicaz, se habrá dado cuenta que soy fruto de la ficción.
El resultado de un momento de tensión de mi creador. Un momento donde ese pardillo, tiene que recorrer miles de kilómetros para trabajar y dejar momentáneamente de lado sus proyectos más íntimos y creativos, sus estudios, su esposa e hijos y encima hacerlo con una sonrisa de oreja a oreja, por la experiencia que va a vivir.

¡Que se joda! Toda la vida siendo un pardillo y desde los 18 años emancipado, no puede traer nada bueno. Yo prefiero la comodidad que me han inculcado y que he ido aprendiendo con el paso de los programas televisivos. Prefiero un padre que me ponga el pescado a otro que me enseñe a pescar por mí mismo. Que me incite a trabajar o por lo menos a buscar trabajo.
Que si no hay trabajo, me motive para estudiar. Que si estudiar no es suficiente me enseñe las puertas que se pueden abrir, o por lo menos llamar. Un padre que me encienda la chispa de la inquietud.  Soy Balder, y tengo la suerte de vivir en la Era de las Extravagancias, donde reina la comodidad y la dependencia intelectual.




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