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jueves, 12 de junio de 2014

Palabra de republicano

Ustedes, tanto como yo; que han leído de forma superficial o estudiado profundamente la convulsa historia de España, no habrán podido evitar la tentación de imaginarse siendo protagonistas de aquellos hechos cruciales que cambiaron el rumbo este país, siempre idealizados por nuestra fértil imaginación y condimentados con ciertas dosis de esa ignorancia intrínseca en la raza humana.


Hoy me retrotraigo en el tiempo, y me veo temeroso de Dios, labrando como buen hijo de labradores, la tierra de mi dueño y señor. Es lo que tocaba en la época feudal.

Avanzo en el tiempo, y me imagino un poquito más mayor, participando orgulloso en la construcción de aquella España en la que nunca se ponía el sol y aceptando el mecenazgo de algún terrateniente o del mismo Rey, para desarrollar mis cualidades artísticas en el Siglo de Oro. Orgulloso... pero súbdito.

Me hieren de gravedad, el 2 de mayo, en un barrio de Madrid, que más tarde se llamaría Manuela Malasaña, luchando contra la invasión de unas gentes que prometían nos traerían el progreso político y social. Ya me siento adulto, y entonces como hoy, prefiero construir el progreso político y social entendiéndome a través del dialogo, con aquellos que vienen acompañándome en esta historia, antes de aceptar cualquier tipo de imposición extranjera. En poco tiempo paso de bandolero idealista en busca de gabachos a pragmático ilustrado muy consciente de la necesidad de avanzar hacia modelos de Estado más acordes a la época; algo parecido a eso que empiezan a llamar democracia. De aclamar la llegada del deseado Fernando VII gracias a la victoria del pueblo llano frente al invasor a indignarme por sus formas de gobierno, su desprecio a La Pepa y provocar la ruptura de España en un periodo en el que el resto de países europeos empezaban a asentar sus democracias.

Desde entonces me veo envejeciendo a pasos agigantados. Solo me ilusiona una estabilidad que no llega, para descansar de este largo viaje. Hasta seis Constituciones diferentes, y otros tantos proyectos que no llegan a promulgarse, que siempre acaban igual; personas matando personas.

A estas alturas me siento anciano y mi postura se ha radicalizado. Después de conocer el fascismo de Primo de Rivera, apoyo fervientemente al igual que la gran mayoría de mis vecinos, la proclamación de la II República, aunque no entienda lo de la bandera tricolor (el color de Castilla nunca fue morado y solo me parece un guiño a una izquierda radical con la que no me identifico) y la inestabilidad, el fundamentalismo y la crispación política me asuste sobremanera. A estas alturas, soy un viejo asustado de mis propias ideas y de como he llegado a ellas.

Aún así, llegó la Guerra Civil y entiendo que es hora de dar un golpe en la mesa y a pesar de mi avanzada edad, lucho por la II República en la Guerra Civil, aceptando que la suciedad de las trincheras y estar rodeado de ratas, siempre será mejor que todo lo vivido en la última etapa de mi vida imaginaria a través de la historia de España. Siempre será mejor morir por un ideal alcanzado aunque sea de manera muy frágil; la democracia, que aceptar la violación de la soberanía popular. ¡No habíamos echado a un Rey, para ser siervos de un militar!
De repente, todo se vuelve penumbra. Envuelto en una niebla oscura reconozco mi muerte.

Cuatro décadas después, llegó la Transición. Aún me faltaba un lustro para nacer de forma física, pero como supongo que les pasa a ustedes, yo también me he imaginado renacer de aquel periodo oscuro. Observar el trabajo intenso de personas con pensamientos antagónicos para llegar a acuerdos. Observar como un Rey impulsaba ese dialogo, se comprometía con la democracia. Un Rey que no dejo atrás los compromisos adquiridos con el pueblo soberano, ni cuando compañeros suyos intentaron quebrantar ese nuevo escenario político, que tanta ilusión y esperanza había generado, a tiros en el Congreso de los Diputados. Reconozco que me sentí orgulloso de ese Rey y de esa unidad a la hora de buscar consensos que incluyeran a todos. Lo reconozco, palabra de republicano.

Nací en 1983. Desde entonces, he vivido una etapa de paz, libertad y progreso social que nunca antes, en ese trayecto imaginario que todos los amantes de la historia hemos recorrido, ni la mente más fértil hubiera imaginado. En estos años he crecido con la experiencia adquirida por ese tránsito histórico, a veces documentado, otras imaginado y algunas como dije al inicio, motivadas por mi propia ignorancia. Pero toda esa experiencia ha condicionado mi sentir, que como todo en la vida es volátil; adaptable a los nuevos tiempos y escenarios. En estos años se ha demostrado que la Constitución de 1978 aparte de todo lo que nos ha aportado, necesita adaptarse a este nuevo tiempo, a este nuevo escenario que se plantea después de una crisis económica, social y política sin precedentes. Y en esa adaptación hay reformas muy urgentes y necesarias para una sociedad democrática y madura, como la separación efectiva del Poder Judicial o la organización de una España plural, diversa y unida, y otras secundarias como el modelo de Estado. Todo se puede debatir y poner en cuestión para rescatar el nuevo sentir de una sociedad cambiante, pero todo con respeto a nuestra Carta Magna, tal vez obsoleta, pero la única que ha servido para otorgar a este país una etapa de paz social y política digna de alabar.

Mi sentir, después de haber vivido tantas historias imaginadas, leídas o estudiadas sigue siendo republicano. No obstante, con la panorámica que da el tiempo, ya no considero importante esta cuestión, pues lo realmente importante es que el Estado funcione, tenga la forma que tenga, de forma transparente y leal a los ciudadanos. La experiencia me confirma que hemos tenido reyes nefastos y otros muy valiosos y me confirma que las Repúblicas, si no representan a todos los ciudadanos, solo son dictaduras encubiertas.

Llegará el momento de reformar la Constitución. Se planteará este tema, y lógicamente yo votaré a favor de la República. Pero siempre con respeto y arreglo a la Ley, y siguiendo los cauces impuestos por ella.
Nunca apoyaré una República que emane de la masa enfurecida que grita en las calles legítimamente, pero intentando apoderarse del sentir de los que preferimos llegar a una República con estabilidad y garantías; nunca representarán a la mayoría. Nunca apoyaré una República excluyente y anacrónica, como la que piden quien enarbola la bandera tricolor, sin pensar que en el siglo XXI no necesitamos revanchas, símbolos que representen dolor, ni mucho menos colores en la bandera, sin base histórica real y que solo representan a una ideología. Nunca apoyaré una República impuesta por la frustración actual, el ansia de revancha o siguiendo lo más trendy del momento político. Vivo en el siglo XXI y quiero una República moderna, sin miradas atrás, consensuada a través del dialogo sereno y responsable de los representantes legítimos del pueblo,  legislada por una Constitución y que por último, se someta a referéndum y de forma masiva sea votado y legitimado por la inmensa mayoría de la ciudadanía. Difícil, lo sé, pero no imposible.

Palabra de republicano.








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