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martes, 22 de noviembre de 2011

Cabrera, la isla de la muerte

En mi corta estancia por la isla de Mallorca, me hablaron de la posibilidad de hacer una excursión, a una isla deshabitada y exuberante en vegetación. Su nombre Cabrera y su situación a 30 minutos de navegación, rumbo sureste. Su historia.....algo sorprendente y totalmente desconocida.

Ha pasado el tiempo, y creo que he madurado lo suficiente, como para cuando vuelva a las Islas Baleares, preocuparme  más de su historia y bastante menos de sus discotecas.
La historia de Cabrera, la he ido conociendo poco a poco, recabando datos, desde el lugar, donde en su día, partieron sus únicos pobladores conocidos. Bailén, y ese momento trascendental que implicó su entrada en los libros de historia. La batalla de Bailén.

Esta isla fue lugar de cautiverio inhumano para los soldados franceses derrotados en Bailén.  
Tras la victoria española, los soldados franceses hechos prisioneros (unos 18.000 hombres) tuvieron diversa suerte. Los oficiales y militares de más alta graduación fueron llevados a Francia —como Dupont ó Ligier-Belier—, donde automáticamente fueron cesados y víctimas del enfado de Napoleón, pues éste consideraba la rendición como una cobardía. Un grupo de unos 4.000 prisioneros fueron llevados a las Islas Canarias, donde terminaron rehaciendo su vida e integrándose, corriendo sin saberlo, mucha mejor suerte que el resto de sus compatriotas. 
La gran mayoría (unos 9.000 hombres) fueron llevados a la isla de Cabrera.

Según las Capitulaciones de Andújar (22 de julio de 1808),firmadas por el francés Dupont y el General Castaños, del bando español, y que erróneamente se creé que tomó parte activa de la contienda, cuando la verdad es que no se movió de Andújar, los prisioneros franceses iban a ser llevados a Francia desde Cádiz en barcos ingleses. 
Estas Capitulaciones, fueron muy criticadas, ya que desde los mandos del Ejército Español, se consideraban demasiado blandas, para una victoria tan aplastante. 
Quizás, ni el propio Castaños, se creía la victoria o tal vez el miedo a que la División Vedel, que se aproximaba desde Sierra Morena, pudiera romper el cerco español y comprometer el éxito alcanzado. El caso es que, Castaños de forma apresurada, concedió unos privilegios a un Ejército derrotado, totalmente desconocidos hasta el momento.


Una vez en Cádiz, el Gobernador militar de Cádiz, decide enviarlos a las islas,  con la escusa del gasto que suponía mantener a miles de hombres en época de escasez y el convencimiento de que el trato de favor que se les había dado a estos prisioneros era deshonroso. Mientras tanto, los prisioneros permanecieron cautivos hacinados en pontones (barcos destartalados, amarrados a puerto) en Sanlúcar.
Su viaje comenzó el 9 de abril de 1809, partiendo de la bahía de Cádiz, y con la esperanza de volver a su patria. El viaje resulta penoso por el hacinamiento prolongado y las tempestades; la disentería se extiende a bordo. Finalmente, el posible intercambio con presos españoles en Francia no se cumple, y los prisioneros son «liberados» en la Isla de Cabrera.
Este cautiverio fue el primer campo de concentración de la historia.
No existía en la isla ningún edificio utilizado como cárcel, sino más bien, la prisión era la propia isla. El suministro de víveres llegaba desde Mallorca cada cuatro días, repartiendo la mínima comida para sobrevivir hasta el siguiente abastecimiento.

El problema se dio cuando, debido a las tempestades en el canal que une la isla Mallorquina y la de Cabrera, el envío se retrasó, haciendo un total de ocho los días sin enviar nada a la isla, dando lugar a un fallido intento de hacerse con el barco por parte de los franceses, que enfadó muchísimo a los suministradores, por lo que no quisieron volver. Mientras se encontraba otro grupo de personas y otro barco que aceptara el trabajo de reponer la comida en Cabrera, pasaron hasta dos meses. En este tiempo se dieron situaciones de auténtica penuria, muchas muertes por inanición. La gente no tenia alimentos, no existía ninguna fauna de donde poder alimentarse y en muchas ocasiones para darle algo de sabor a los caldos que hacían metían sus propias ropas, también ingerían plantas que en muchas ocasiones resultaban venenosas, acarreando distintas enfermedades.
Se practicó el canibalismo y la coprofagia entre ellos por parte de un grupo que se separó de la mayoría viviendo en las cuevas (llamados tártaros), aunque muchos historiadores niegan esta opinión.
Cierto es que ingerían sus propias heces cuando las hacían o cuando llegaba un oficial a la isla con nauseas del viaje, y este vomitaba muchos presos ya en situaciones moribundas lo ingerían.
El cautiverio terminó 1814 al firmarse la paz. De cada cuatro presos que llegaron a Cabrera murieron tres, sólo sobrevivieron unas 3600 personas de las que llegaron, más otros presos enviados de las guerras napoleónicas que también perecieron. En recuerdo a los que perecieron en esas circunstancias de sufrimiento, enterrados en el cementerio francés, se levantó un monolito en la isla.
Esta es la triste historia olvidada. Una historia, que aún hoy se repite en cualquier guerra donde, digan lo que digan, siempre hay vencedores y vencidos. La crueldad, el odio y la ansias de satisfacer las calamidades pasadas, hacen de los hombres, salvajes animales y auténticas maquinas de destrucción para sus congéneres.


No se me ocurrirá volver de Baleares, en mi próximo viaje, sin visitar Cabrera. Sin cerrar los ojos y sentir el alma de aquellas personas, dándome la mano como señal de reconciliación e invitándome a reflexionar y controlar personalmente, siempre mis bajos instintos, cumpliendo con el tópico poco usado en la actualidad, de que la historia sirve para aprender, no para contarla al estilo que más nos convenga.

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