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miércoles, 29 de febrero de 2012

Crónicas desde la UCI

Esta narración solo pretende combatir el tedio sofocante de mis últimos días. Poner paz a tanta tensión acomulada y porque no, unas gotas de humor ante tantas tristezas, desilusiones y esperanzas frustradas.


Hoy es jueves, 23 de febrero de 2012. Son ya 13 días, exiliados del mundo exterior. Aquel 10 de febrero, tan alejado en el tiempo desde mi perspectiva, todo se paralizó.
Recuerdo que había un crucero encallado justo a alguna costa italiana. Que Grecia seguía haciendo la puñeta al resto de la Unión Europea. O que Mariano Rajoy iba a aprobar una reforma laboral que nos sacaría de la crisis, en poco más de un suspiro.
Pero todo eso, son recuerdos lejanos. Cuando entras a la sala de espera de una UCI cualquiera, ya nada te importa.


Comienza una dura lucha de sentimientos cruzados, ilusiones y esperanzas que van y vienen, y en mi caso particular, un miedo aterrador a no estar a la altura.
Desde que entramos por esas puertas, no he tenido nada más presente, que cumplir con la misión que el destino me ha dejado. Acompañar, consolar y sofocar la desesperación del ser que amas. Una misión que a ratos es muy difícil, pues yo también me vengo abajo con demasiada facilidad, cuando veo, sin la sombra del amor hacía una madre, el paulatino deterioro que día tras día hace que una vida se vaya apagando.
Echando la vista atrás, recuerdo aquellas primeras impresiones de este lugar del hospital que nada más llegar, nos recibió con una triste pero acertada, metáfora de la vida. La puerta de acceso de la UCI, donde tantas vidas acaban, esta enfrentada a la puerta de acceso de la zona de reproducción asistida. En medio, la sala de espera.


Una de esas primeras impresiones, fue que la sociedad civilizada se organiza sin leyes. Se autorregula. Como en cualquier asentamiento actual, grande o pequeño, la sala de espera de la UCI, se divide por barrios.
A la entrada, la clase ''alta''. Clase ''alta'', por la elevación de esa parte de la sala y por la actitud de la mayoría de sus moradores. Evitando el acercamiento, abstraídos con sus aparatos de última tecnología y sus conversaciones vacías, donde solo se oye.....dinero. Por supuesto, también hay humanidad y tengo que agradecer las palabras de apoyo en los momentos más duros, que han llegado desde allí.
Tras bajar una rampa, se encuentra la zona humilde. Donde existe un compañerismo y una familiaridad que nunca podré olvidar.


Una familia de Valdepeñas de Jaén, nos ha abierto su corazón y cada noche compartimos con el hermano de turno conversaciones agradables que aplacan nuestra desdicha y la suya. Hace dos noches pasamos un rato muy entretenido compartiendo pasatiempos y juegos de lógica, que todos aprendimos de niños, junto a la otra familia que ha sido un gran apoyo para nosotros, y de la que más tarde hablaré.
También en esta zona, hay el típico gueto de cualquier barrio humilde. Donde las minorias étnicas, se congregan para hacer su particular modo de vida.
Recuerdo aquella primera noche, en la que entramos desorientados y sin reparar en la muleta y la bolsa de ropa que ellos tenían allí, nos acomodamos en su lugar. Fueron dos o tres días compartiendo zona y sillones, con esta familia gitana, que me demostraron que al igual que los payos, hay gitanos buenos y malos.
Estos, tengo que decir que son de los malos.
Su estancia en este lugar se limita a las horas del día. Para controlar el acceso a los demás sobrinos de la Juanita, el gitano gay que está al borde de la muerte, y utilizar los servicios para su escaso aseo personal, pues como dicen no tienen ni luz ni agua porque el novio de la Juanita, cobra la pensión del tío y ellos desean que no ''sufra'' y desconecten las máquinas de su tío, mientras hacen guardia para evitar que ningún otro sobrino se atreva a reclamar parte de la herencia, pues ''ellos son los que están al pie del cañon''. Menos mal que no saben donde vive el payo, sino pobre de él.
Ayer casi llegan a las manos, cuando se presentó la hermana y sobrinos de Baena y todo acabó en una bajada de pantalones dedicada a los sobrinos vigilantes, enseñando el peludo de la hermana. Por cierto el calvo me lo lleve yo en todos los morros.


En fin, como siempre me quedo con la gente que merece la pena.
Nunca olvidaré a Angeles. Esta mujer de Mengibar, que sufre al ver a su marido en un estado tan grave, pero que aún le quedan fuerzas cuando sale para transmitir paz en nuestros espíritus y esperanza. Para mí, es el alma de la sala. Quizá algo cotilla y excesivamente religiosa, pero se hace querer.
Y se le echa en falta, hasta tal punto, que hace tres días, cuando llegó la hora de las visitas y no estaba a la vista, se organizó una auténtica comisión de búsqueda, que comenzó desde los servicios del pasillo de la planta principal, donde yo la vi por última vez. Luego resultó, que había decidido ir a comer antes de la visita y se entretuvo con una conocida de Cazalilla.
Su hijo Matias, profesor de un colegio de Orcera, es también una bellísima persona. Uno de esos pocos seres humanos, que puedes considerar como amigo, solo con tres charlas en confianza. Una persona con creencias e ideologías, que a pesar de chocar con las mías, ha sabido mantener el tono de cordialidad y respeto en todo momento, e incluso a veces me ha dejado sin argumentos, algo que significa una cura de humildad, para mí, que últimamente me estaba malaconstumbrando a sentirme victorioso en todos los debates, en los que metía las narices.


En este lugar, las visitas se agradecen mucho, y cuando estas se producen de unos primos políticos que vienen de Algeciras y hace tiempo que no ves, es incluso gratificante, saber que aún sin el roce diario, hay cariño sincero hacía su prima y su tía que tanto están sufriendo en estos días, cada una por las circunstancias que les manda su posición en este drama.
Pero, lo que no te apetece en este lugar, es ver gente conocida, que viene a quedarse.
Recuerdo la impresión que me llevé aquella mañana, cuando abrí los ojos, ví a la madre de mi viejo amigo Lolo llorando, sin percatarse de mí presencia.
Dí un salto del sillón para saber que había pasado. Todo fue un absurdo y enorme susto. Su hijo Oscar, había sido intervenido urgentemente a causa de un trozo de pechuga de pollo, mal masticado.
Ver para creer. Me alegré mucho al ver que esta familia, volvió pronto al mundo exterior. Solo estuvieron dos días en la UCI. Luego lo subieron a planta y todo quedó en una gran cicatriz y un ''mal trago''.


Estoy agotado. Llevo escribiendo desde las 7:30 de la mañana. Un café me espabiló bastante esta mañana, pero ahora vuelvo a sentir sofoco. Deseo que todo vuelva a la normalidad. Deseo salir de aquí.
Ahora voy a estirar las piernas, mientras el resto de personas se terminan de despertar.




28 de Febrero de 2012


Hoy he vuelto a sentir fuerzas para concluir este relato.
El pasado día 23 mientras estiraba las piernas por los pasillos de la UCI, un médico nos avisó. Quería hablar con nosotros. Sus ojos descubrían a una persona que en esos momentos odiaba su trabajo.
Desde la tarde anterior, la actitud de médicos y enfermeras no presagiaba nada bueno. Pero todo, fue muy rápido.
Mi suegra se iba. Era cuestión de horas. Un viaje relámpago a Martos, para tener con mi suegro, la más amarga y dura conversación, que nunca imaginé. Y todo acabó. Antes de llegar a Jaén, mi suegra nos había dejado.


Desde ese momento, todos mis esfuerzos se han dirigido a consolar e intentar animar a mí esposa. Una mujer, que se ha quedado sin su gran apoyo en la vida. Ahora tiene que luchar por sus hijos y sobre todo por el gran afectado de esta tragedia. Mi suegro, que ha perdido a su compañera de viaje y debe de sentirse solo y desorientado.
Yo por mi parte, sigo con el alma desgarrada. Dolorida de tanto sujetar las emociones vividas y sobre todo de ver las lágrimas derramadas por mis hijas.
Ahora pienso en esos momentos en que deseaba salir de allí, y volver a la normalidad. Entonces era inconsciente de que nada volvería a ser igual. Nos falta algo muy importante. Algo irreparable.
Falta una mujer luchadora. Protectora, tal vez en exceso. Pero en definitiva, el ángel de la guarda de las personas que yo más quiero.
Solo me queda darle las gracias por todo lo que ha hecho por nosotros, y pedirle que allá donde esté, nos siga protegiendo y velando por nosotros, como siempre lo ha hecho, en exceso.




29 de febrero de 2012


Hoy, he decidido transcribir este relato al blog. Es cuestión de conservarlo, pues en las hojas sueltas de una libreta de las muchas que utilizo para desahogarme, sería cuestión de tiempo que se perdiera. Y la verdad, es que deseo conservar estos pensamientos y reflexiones de los últimos días.
Para terminar, una cosa que he aprendido, es que la muerte está ahí. Presente. Pero solo deseo, no tener que volver a ver a un ser importante para mí, sufrir antes de su muerte. Esos dos días que estuvo consciente fueron muy duros para nosotros, al ver como ella sufría. Lo que tengo claro, es que solo las personas que lamentamos la perdida del ser querido, somos los que deberíamos sufrir.
Ellos merecen ir en paz.


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