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lunes, 24 de septiembre de 2012

Nostalgias de la noche

La fabricación de bombillas incandescentes, aquellas que popularizó Newton a finales del siglo XIX, tras casi un siglo de investigaciones por parte de diversos científicos, quedó prohibida a partir del 1 de septiembre de 2012.
Esto es una buena noticia, para los nostálgicos, entre los que me incluyo, que sueñan constantemente con vivir bajo la bóveda mágica de la noche. Evocación de otros tiempos, donde no se valoró lo suficiente la melodía silenciosa del aire, entre los árboles y bajo un cielo de estrellas, que te recordaba cada noche, lo diminuto que eras en un universo desconocido. Aquellas noches solitarias, abrigado por la madre naturaleza, donde mirar al cielo, no solo era soñar. Era hacerte preguntas, inspirarte en tu interior más osado y observar que aquella quietud, solo era aparente. En definitiva, era adentrarte más profundo en ti mismo. Reflexionar y encontrar sensaciones, sentimientos, miedos y musas, que miles de años antes que nosotros, ya experimentaban nuestros ancestros.
Tal vez, esta solo sea la visión de un romántico del XIX, pero como amante de soledad nocturna, de su sosiego y su paz, pensar solamente en salir al balcón de mi casa y ver una simple estrella, me emociona.
Hoy nadie mira al cielo, dentro de la ciudad, ¿Para qué?  Nuestras mentes, se han cerrado al universo. Antes convivíamos con él, ahora tenemos que hacer el esfuerzo de recordarlo. Esas mentes cerradas, muchas veces nos llevan a no molestarnos en soñar, a creer que somos el centro del cosmos, entendiéndose cosmos, como la pequeña pandilla en la que nos sentimos cómodos, a no reflexionar sobre nada, pues parece que el universo no se mueve, que todo es estático y nuestros pensamientos son inamovibles.
Los ecologistas, se alegraran por esta noticia, pues se supone que al ser más eficientes las bombillas LED o de bajo consumo, se ahorrará tanto y cuanto de energía. Pero bueno, somos tan estúpidos, que esa energía que se ahorrará supuestamente, la utilizaremos para otra cosa. En todo caso, creo que todo lo que sea ahorro energético es bueno, aunque sea a costa de unas bombillas más caras.
Lo que me temo es que ese esfuerzo económico, que la Unión Europea nos obliga a asumir, no se transmita a nuestros gobernantes, pues está claro que si no hay bombillas baratas, habrá que poner caras, pero ¿Qué pasa con el sistema de alumbrado público? Esta más que demostrado que es el causante de casi toda la contaminación lumínica de nuestras ciudades, pues utiliza luminarias, columnas y farolas, que por su fabricación dejan escapar gran parte de la luz hacia arriba, provocando un gasto excesivo, estrés a sus vecinos, falta de intimidad en muchos casos, también ocasionados por alumbrado de negocios, cuando están cerrados y una adaptación del ojo humano, que ocasiona la curiosa sensación cuando entramos a un lugar eficientemente iluminado, de parecer escaso de luz.
Este gasto tan extraordinario, que de verdad acabaría con la contaminación lumínica, no creo que sea de tan rápida implantación como el progresivo ocaso de la fabricación de bombillas incandescentes, que solo ha durado cuatro años. Esto supone un gasto, suficientemente grande para las corporaciones locales, como para preferir pagar un poco más de luz al mes, que satisfacer las necesidades de cuatro locos nostálgicos de la noche primigenia.



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