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sábado, 30 de agosto de 2014

Ordenando colectivos

Conocí la gruesa línea que debe separar a la sociedad civil, de los estamentos políticos, una vez dentro del huracán de indignación popular; en el que muchos vimos el despertar de una sociedad aletargada, en el que se materializó el llamado movimiento 15 M.
Aquel momento del 2011, no fue el resultado de acción política alguna, ni de un hecho concreto. No se generó de la noche a la mañana, aunque así parezca, ni mucho menos estaba compuesto por gente de una ideología concreta. Fue el resultado de años de sufrimiento y escasas perspectivas de futuro, en una sociedad que después de décadas de democracia, se sentía madura y quería influir de alguna manera en los diversos frentes económicos, sociales y políticos que degeneraban una España construida al amparo de una realidad que se tornaba engañosa.

  •     No estábamos en la Champions League de la economía; solo jugábamos en una liga menor, donde los árbitros eran constructores endeudados hasta límites insospechados.
  •    El Estado de Bienestar no era tal y como nos habían hecho crear, dando una imagen de vulnerabilidad que se ha ido agravando con el tiempo, recorte tras recorte; y donde una de las imágenes más crueles, son los desahucios, provocados por unos bancos y cajas de ahorro politizadas, que se habían servido de una legislación decimonónica para ganar sí o sí en sus negocios, llegando incluso a prácticas abusivas, tanto en la formalización de los contratos como en la entrega de información fiel a sus clientes.
  •    La ansiada democracia, empezaba a resultar insuficiente tal y como se concibió en la Constitución de 1978. Una Ley Electoral injusta, y unos privilegios fuera de lugar, hacían del bipartidismo la forma de gobierno imperante, con la que cada vez menos gente, nos sentíamos representados. Puertas giratorias, pensiones vitalicias, politización de la justicia…etc. Los dos grandes partidos, habían generado en su entorno una situación de invulnerabilidad donde los casos de corrupción se olían a distancia, mientras eran encubiertos por unos y por otros. Hoy en día, el número de  casos de corrupción política en nuestro país es abrumadora, pero paradójicamente, ningún caso ha sido destapado por el partido mayoritario de la oposición. La sociedad civil, los jueces, los medios de comunicación o los propios implicados al confesar por las presiones recibidas, llevan años haciendo la labor de fiscalización política que le debería corresponder a la oposición de turno.

En aquel movimiento ciudadano, espontáneo y fruto del hartazgo de la gente de a pie, millones de personas nos sentimos más o menos representadas. La sociedad se organizó en torno a asociaciones y plataformas constituidas o reactivadas por entonces, en las que se buscaba actuar en diferentes cuestiones. Se creó la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), el Sindicato Manos Limpias se reactivó. Las Mareas Verde y Blanca se organizaron en defensa de la educación y la sanidad pública. El Movimiento Democracia Real Ya (DRY) comenzó su andadura hasta su posterior constitución como asociación. Cada uno de estos colectivos, no buscaba defender una ideología concreta; aunque la tuvieran, buscaban influir en sus campos de actuación de una forma u otra, en esa regeneración que todos coincidíamos que era necesaria.

Personalmente, me decante por participar en el movimiento denominado DRY. En principio era un colectivo, donde se reclamaba una democracia de calidad. Cambiar la Ley Electoral, para hacerla más justa y equitativa. Definir las competencias del Senado, para que actuara como tal o ante la imposibilidad de hacerlo eliminarlo. Evitar la acumulación de cargos públicos. Separación efectiva de poderes. Exigencias con las que me sentía muy identificado, pues consideraba por entonces, y sigo considerando que han sido el germen de todos los problemas actuales, primando desde décadas los intereses de los dos grandes partidos, por encima de los intereses generales. Acudí a aquellas primeras manifestaciones en Jaén, y posteriormente me ilusioné con la creación de una asociación que contemplará entre sus objetivos todas esas cuestiones. Al poco tiempo, me desentendí por razones muy claras.

El individuo es un ser inteligente, que piensa y razona por sí mismo. La muchedumbre, en cambio, es ignorante y suele ser arrastrada por pasiones incontrolables o sentimientos irracionales que se traducen en reclamaciones sin argumentos, ni fundamentación en el mejor de los casos, o simplemente críticas destructivas sin la mejor intención de aportar nada.

Comenzaba este post, mencionando la gruesa línea que debe separar a la sociedad civil con la política. Y digo gruesa, porque debe quedar meridianamente claro, que las peticiones de la ciudadanía, aunque legítimas, no siempre son razonables, legales o incluso reales.
Esos colectivos que se organizaron al cobijo del 15 M, perdieron su encanto reivindicativo necesario, una vez que politizados por los oportunistas de turno, mezclaron churras con merinas. Por mi experiencia en el mundo asociativo, un colectivo puede, debe y está en su derecho de promover acciones políticas, sociales o económicas, en beneficio de la sociedad en general o algún grupo en particular, exclusivamente en aquellos ámbitos para los que está constituida. Ese trabajo intenso y constante en la misma dirección, hace que cada agrupación consiga con el tiempo ser más profesional y que sus propuestas y reivindicaciones se ajusten lo máximo posible a derecho, sean razonadas y argumentadas con conocimiento de causa. Las asociaciones, plataformas, sindicatos o cofradías tienen su encomiable función. Una función que se degrada, en el momento que se empieza a acaparar campos más amplios, ocupados por otros grupos que no tienen por qué coincidir estructural, organizativa ni ideológicamente.

DRY, dejó de ser el colectivo que buscaba una regeneración democrática a través del cambio de leyes, para atender temas tan dispares como los desahucios, la sanidad o educación pública, la defensa del impago de la deuda pública o el ataque a la propia Constitución desde posturas muy radicales, como la desobediencia civil. Evidentemente yo no encajaba en ese ambiente. Esta plataforma, al igual que otras surgidas el 15 M se había idealizado y no cumplía con los estándares propios de una asociación, sino que había sido capturada por personas de férrea ideología, que además son maestros en el arte de destacar como las voces de la muchedumbre, diciendo lo que quieren oír, aunque sean ideas descabelladas e ilegales. Esos que suelen llamar populistas.

Entonces crucé esa línea gruesa, y decidí participar de forma más activa en aquellas ideas que yo solía defender. Busque opciones, y con un 80% de coincidencias entre sus planteamientos y los míos, entendí que mi sitio era el partido político, Unión Progreso y Democracia (UPyD) que en aquellos años se estaba consolidando como proyecto serio, que busca regenerar la democracia, cumpliendo la legalidad vigente. Un partido constitucionalista y europeísta, que creé en una reforma amplia de la Constitución, pero siguiendo las reglas del juego. Un partido en el que me siento identificado, en gran medida. Coincidiendo en gran cantidad de posturas que defiende, y no tanto en otras; aunque imagino que eso es lo normal, somos individuos inteligentes, decía antes, que razonamos y sentimos en base a nuestra propia experiencia vital, por lo que pertenecer a una agrupación política, sin discernir en algo, tendría ciertos aspectos sectarios. Lo cierto es que siempre me sentí cómodo en UPyD.

No obstante, los últimos días, vivo con expectación y cierta incomodidad, un debate que siempre creí que llegaría, aunque es verdad que no tan pronto. La unión de UPyD y Ciudadanos, por la que siempre he apostado y creído necesaria.

Pero esta es otra historia, que contaré mañana.



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