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miércoles, 16 de enero de 2013

La noche más oscura

Hoy no me apetecía escribir. No sentía las fuerzas suficientes. El día gris se presentaba esta mañana amenazante, cuando arranqué mi coche, camino de las llanuras manchegas. Me duele la cabeza, apenas he comido y la rabia, el odio a la vida en su faceta más cruel se apodera de mi espíritu.
El silencio se mezcla con la incredulidad. Padre e hijo, solo comparten unos recuerdos, algunas frases grabadas en nuestra mente de quien ya no está.

La iglesia de Villarta de San Juan está llena. No podemos entrar. Nuestro lugar es secundario. Mientras las frías gotas de lluvia resbalan por nuestra cara, puede ser que sustituyendo el llanto reprimido, por la maldita falacia de ''los hombres nunca lloran'', el viento no cesa de agitar nuestros corazones.
Todo termina.  Lo que queda, solo carne y hueso, de su viuda, lo demás se lo ha llevado el dolor, y la mirada inocente de dos niñas, que apenas han comprendido lo que significa quedarse sin padre, se encierran tras los cristales tintados de un coche. Un hombre, un amigo, un conocido, un hijo, un padre, un marido, que nunca volverá a soñar, a sentir la alegría de ver a sus hijas después de un duro día de trabajo. 37 malditos años, no es precio suficiente con el que pagarle a la vida. Una vida llena de proyectos, esperanzas o pasiones que un puto cáncer a destrozado, en tan solo un año, eso sí, cargado de dolor, de sufrimiento. Como si la muerte aprovechara la fragilidad del ser humano, pero divertirse con el padecimiento de lo corporal.

Oscurece en las llanuras. Cielo y tierra, como siempre unidos en el horizonte, muestran cada minuto su cara más gris. Cada vez más oscuro. Como preparándonos para la visión más grotesca. La visión de unos padres, que pierden a su único hijo, por el que han luchado toda su vida, por el que han trabajado de sol a sol. Unos padres, que desde niño recuerdo con fuerza, que ahora buscan cualquier cuerpo al que abrazarse. Cualquier cuerpo en el que descargar su ira, con palabras o puñetazos desconsolados.

Ahora, de vuelta, empiezo a recobrar la serenidad. Siento que me siguen envolviendo los problemas cotidianos, pero al final comprendo que solo son cargas livianas, muy alejadas de lo que acabo de vivir. Atrás queda el camino de vuelta. Con la lluvia perpetua del día, recordando que somos libres de llorar. Con la niebla, que no solo dificulta nuestra visión de la carretera, sino que se mete en lo más profundo del alma. Esa oscuridad de la noche, solo iluminada con pequeños destellos de imágenes que se vienen a la mente, y que solo consiguen cuando se retiran que todo parezca más oscuro.

Hoy es de esos días en los que piensas que la vida no merece la pena. Que la naturaleza no ha entendido que somos los hijos, los que debemos enterrar a nuestros padres. Que somos tan ignorantes, como para, no solo evitar la muerte de un ser humano joven y fuerte, sino para ni tan siquiera evitar que sufra en los últimos días de su vida.

Carlos, DEP.

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